La amenaza de un gran seísmo en el sur de California, el famoso "Big One", ha ganado protagonismo nuevamente tras el terremoto nipón, último de una insólita cadena de temblores que parece apuntar ahora hacia la costa oeste de EEUU. En apenas un año un terremoto de gran magnitud ha sacudido Chile, Nueva Zelanda y Japón en una secuencia de catastróficos movimientos telúricos que ha sorprendido a los expertos y plantea preguntas sobre el comportamiento de estos fenómenos naturales. "No tenemos ninguna base científica que certifique que existen interacciones entre seísmos ocurridos a distancias tan grandes, pero es verdad que es la primera vez que vemos algo así tan seguido", comentó el profesor de sismología del Instituto Tecnológico de California (Caltech), Jean Paul Ampuero.
La anunciada llegada del "Big One", inquietud con la que han aprendido a vivir los californianos, se ha agravado ahora con el miedo a fugas radiactivas en la central nuclear de San Onofre. Estas instalaciones, localizadas a la orilla del mar y a 100 kilómetros al sur de Los Ángeles, guardan un paralelismo con la planta nipona de Fukushima y las autoridades de San Clemente, pueblo a 3 kilómetros de distancia, han urgido a los gestores de San Onofre a que redacten un informe sobre las lecciones aprendidas de Japón. Los directivos de la planta se apresuraron a mandar mensajes de calma a los ciudadanos y aseguraron que San Onofre está preparada para soportar un seísmo como el que sacudió Fukushima el viernes que tuvo una fuerza de 0,35 G en su momento de máxima agitación.
"El diseño de nuestra planta está pensado para aguantar hasta 0,67 G", explicó Pete Dietrich, jefe de operaciones de la central, quien dijo que esa fuerza sería lo equivalente a un temblor de 7.0 grados en la escala de Ritcher en la falla submarina de Cristianitos, ubicada a tan sólo 8 kilómetros del recinto. Un argumento que ratifican desde Caltech, donde recuerdan que los problemas de Fukushima fueron más consecuencia del tsunami que del terremoto de magnitud 9. "Los sistemas estaban funcionando bien hasta que llegó la ola", explicó Ampuero que insistió además en que las condiciones geológicas de California hacen que sea descartable que el "Big One" genere un maremoto.
"Esta zona es una rareza dentro del Pacífico. Aquí no esperamos tsunamis porque es un área de fallas transformantes o de movimiento horizontal y no de subducción, en las que una placa se mete debajo de la otra, como ocurre en Chile o Japón", comentó Ampuero. Un gran seísmo en el sur de California sí podría generar tsunamis locales pero su efecto sería menor y el muro de contención de 10 metros que protege la central de San Onofre del mar bloquearía la embestida. Ampuero señaló que tras los últimos terremotos los científicos miran con mucha incertidumbre a la franja costera que va desde el sur de Oregón hasta el norte de Alaska, una región sísmica que ha estado durmiente durante los últimos 100 años y cuyo comportamiento es muy imprevisible.
98% de probabilidades
Los sismólogos consideran que hay una probabilidad de un 98 por ciento de que el "Big One", un terremoto de magnitud 7,8 o superior con origen en la falla de San Andrés, afecte al sur de California en los próximos 30 años. Las estimaciones oficiales indican que ese temblor causaría de forma directa 2.000 muertes y 53.000 heridos, así como el colapso de 1.500 edificios, entre ellos rascacielos, y daños de consideración en 300.000 inmuebles. Esas cifras podrían duplicarse en los días posteriores al seísmo por culpa de la inseguridad, los previsibles problemas de suministro de energía, de agua y de alimentos pero, sobre todo, de los incendios. El material principal de construcción en la zona es una pasta o aglomerado de madera, más flexible que el hormigón a la hora de absorber vibraciones pero inflamable.
Las llamas se podrían propagar con rapidez en las ciudades, tal y como ocurrió en el sismo que arrasó San Francisco en 1906 y en el que perecieron más de 3.000 personas. La última sacudida seria que afectó al sur de California fue en Northridge en 1994 con una magnitud de 6,7 grados y con origen en una falla de la que no se tenía constancia y que desde entonces se sumó a la lista de las más de 300 que se sabe recorren el estado.
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