Corea del Sur llora la desaparición de tres alpinistas, entre ellos la del pionero Park Young-seok.
La vertiente sur del Annapurna, la primera montaña de 8.000 metros hollada por el ser humano (1950), no es solo un escenario: es un santuario del alpinismo, tan rico en gestas como en desgracias. En esta vertiente brutal de la montaña acaban de dar por desaparecidos a los surcoreanos Park Young-seok, Dong Min-shin y Gi Seok-gang, noticia que ha merecido todos los titulares posibles en el país asiático.El pasado 17 de octubre, los tres coreanos dejaron atrás el campo base de la cara sur del Annapurna dispuestos a lanzar un ataque definitivo a la montaña, a través de una nueva vía en la que llevaban semanas trabajando, un itinerario inédito situado entre la legendaria ruta británica establecida en 1970 y el no menos importante intento de apertura de los franceses Béghin y Lafaille en 1992. Tres días después, y sin noticias de su situación, la Federación Coreana de Alpinismo lanzó un dispositivo de ayuda que llegó a reunir a 19 personas: 14 de ellos sherpas y cinco coreanos. La búsqueda resultó infructuosa y se especula con la hipótesis de que un alud los sepultase o que cayesen al fondo de una de las insondables grietas que pueblan el glaciar desde el que se accede a la pared. La última comunicación del trío con el campo base se registró el pasado 18 de octubre, a las cuatro de la tarde, cuando Park Young-seok avisó de su retirada debido a una climatología adversa así como a las frecuentes caídas de piedras que encontraron durante su avance. En el momento de dar marcha atrás, se encontraban a 6.400 metros. El equipo de rescate solo ha podido dar con una cuerda, semienterrada bajo cuatro metros de nieve.
Park Young-seok se había ganado el respeto de la comunidad internacional de alpinistas con la apertura de un nuevo itinerario en la vertiente suroeste del Everest, en 2009, nueve años después de convertirse en el octavo hombre en sumar los 14 ochomiles del planeta. En la reducida lista de los llamados catorce ochomilistas (una veintena de hombres y mujeres) figuran tres coreanos más, lo que revela la atracción del país asiático por una actividad muy relacionada con el orgullo patrio. Su visita a la sur del Annapurna no hacía sino confirmar su trayectoria: aquí, el compromiso se escribe siempre con mayúsculas y las gestas casi siempre se pagan con pérdidas. Por eso hoy en día todavía se mira con asombro y veneración la gesta inglesa de 1970, que colocó en la cima principal del Annapurna a Dougal Hastan, Don Whillans e Ian Clough (este último pereció durante el descenso). 22 años después, los franceses Pierre Béghin y Jean Christophe Lafaille trataron de emular a los ingleses abriendo una vía en la misma vertiente. El mal tiempo les obligó a una retirada dramática en la que pereció Béghin al ceder el anclaje de un rápel: Lafaille, horrorizado (tardó años en olvidar la mirada atónita de su compañero precipitándose hacia la muerte), peleó varios días para descender, sin cuerdas, alimentos, y con un brazo fracturado por el impacto de una roca. Su caso todavía se recuerda como uno de los ejercicios de supervivencia más impresionantes. Años más tarde, en 2002, Lafaille y Alberto Iñurrategi firmarían la segunda repetición de la travesía de la arista este del Annapurna, el mismo ejercicio en el que Iñaki Ochoa de Olza perdió la vida el 23 de mayo de 2008 al sufrir un doble edema, cerebral y pulmonar.
Pero entre tanta épica y tantas pérdidas, el alpinismo español tiende a olvidar la enorme y adelantada hazaña de los catalanes Enric Lucas y Nil Bohigas: en 1984, la pareja abrió un nuevo itinerario en la pared sur, en estilo alpino, alcanzando la cima central del Annapurna. Fue una gesta de tal calibre que casi 30 años después apenas ha tenido réplicas en nuestro alpinismo.