Las autoridades locales creen que pudo ahogarse en
el mar, perderse en el desierto o que le ha secuestrado una banda de
contrabandistas.
La Policía Nacional colombiana ha desplegado un importante
operativo para localizar al fotoperiodista alavés Borja Lázaro Herrero,
desaparecido desde la madrugada del día 8 en Cabo de la Vela, pequeña
localidad situada en el inhóspito departamento colombiano de La Guajira.
«Turnos de 300 hombres peinan el desierto, colabora con nosotros el
Ejército, mientras que la Armada Nacional también nos ayuda en los
puertos de la zona. Aparte hemos distribuido imágenes del joven español
por toda la región». Quien habla es el responsable del dispositivo, el
coronel Alejandro Calderón, que ayer detalló vía telefónica para este
periódico los pormenores de esta operación, las tres hipótesis que
manejan, así como una exhaustiva reconstrucción de las últimas horas en
las que se vio con vida a este 'freelance' de 34 años.
Según las investigaciones realizadas por sus hombres,
Lázaro se hospedaba en la posada Jupuru, en la pequeña localidad
costera, ubicada frente al mar Caribe. Acababa de llegar de hacer un
fotorreportaje en una ranchería wayúu (también conocidos como guajiros),
una comunidad indígena cercana que da nombre a esa península.
La noche anterior a su desaparición, Borja y unos amigos
-dos alemanes, dos chilenos y dos colombianas- disfrutaron de una alegre
velada frente al mar en la que «tomaron cervezas, quizá alguna más de
la cuenta», precisa Calderón.
Pasada la medianoche regresaron al hostal, donde Borja
ocupó una hamaca en la misma habitación que los ciudadanos alemanes y el
hijo de ellos. «Hacia las cuatro de la mañana, el niño se despertó y
descubrió a Lázaro tirado en el suelo. A la mañana siguiente ya no
estaba allí», continúa el mando policial.
El responsable de la posada, Andrés Romero, corrobora esta
versión. «Es cierto que se fue muy temprano. Cuando se despertó el
resto, se dieron cuenta de que faltaban dos linternas y su teléfono
móvil, pero el resto de su equipaje se quedó aquí, incluido el pasaporte
y sus cámaras fotográficas», puntualiza.
El grupo había quedado a primera de esa mañana en ir de
excursión en lancha a la cercana Punta Gallinas. Se presentaron todos
menos Borja. A su regreso tampoco había aparecido y cada uno tomó un
rumbo diferente. Pero ninguno dio parte a las autoridades.
Denuncia el jueves
Fue un hermano suyo, residente en la capital de Euskadi,
quien preocupado por la falta de noticias -no respondía a las llamadas,
aunque en ocasiones anteriores tampoco debido a la falta de cobertura-
contactó con uno de los amigos alemanes. Como no supo decirle su
paradero, interpuso el pasado jueves una denuncia en la comisaría de la
Ertzaintza de Vitoria.
En ese momento se activó un protocolo internacional de
emergencia. La Policía autonómica alertó a la Interpol y ésta, a la
Policía Nacional colombiana. Fue entonces cuando el caso llegó a manos
del coronel Calderón, máximo responsable policial en la región de La
Guajira.
«Lo primero que hicimos fue intentar reconstruir sus
últimas horas en elCabo. Y con los testimonios aportados, trabajamos
sobre tres hipótesis básicas», describe el mando policial. «La que más
fuerza tiene ahora mismo, pero que rogamos a Dios para que no se cumpla,
es que cuando se despertó, al chico le entraron ganas de refrescarse».
La posada se encuentra pegada a una playa. «Pudo meterse al mar y quién
sabe lo que ocurrió». Ese día hubo aviso a los pescadores de la zona
para que tomaran precauciones debido a las fuertes corrientes marinas.
Por esta razón, la Armada Nacional rastrea la costa de esta península.
No obstante, más de 300 policías registran «palmo a palmo»
los alrededores del Cabo de la Vela en busca de algún indicio. «Otra de
las hipótesis es que pudo salir a la calle y, desorientado, entrar en el
desierto y perderse».
Pero tampoco se descarta aún la opción del secuestro. No en
vano, nada más conocerse su desaparición, llegó a la región el Grupo
Antisecuestro y Antiextorsión de la policía colombiana, un equipo de
élite conocido como Gaula. «Hace un año ya hubo un rapto de una pareja
de Avilés al que esta unidad especial liberó», rememora el periodista
Christian Avendaño. «Estamos pegados a Venezuela, por lo que ésta es una
zona de mucho contrabando y quizá se topó con quien no debía»,
comparte. «Lo que no nos cuadra es que en aquel caso, los captores se
comunicaron con la familia a los dos días. En esta ocasión, han pasado
casi veinte y nadie ha llamado para reclamar la autoría», se lamenta
Calderón.