El movimiento sísmico, de magnitud tres en la escala Richter, se produjo frente a la costa asturiana y a 21 kilómetros de profundidad.
A las 00.14 horas del lunes, un vecino de la localidad asturiana de Oviñana notaba «un temblor seguido de un ruido» mientras leía en su casa. En ese preciso instante, la Red Sísmica Nacional registró un terremoto de magnitud tres en la escala sismológica de Richter frente a la costa asturiana. El testimonio del vecino de Oviñana es hasta ahora el único recibido en la sede del Instituto Geográfico Nacional. La explicación: el terremoto, de «intensidad moderada», se produjo a 21 kilómetros de profundidad en una «pequeña falla» del mar Cantábrico, explicó ayer a este periódico la portavoz de la Red Sísmica Nacional, Resurrección Antón.
El norte de la península no es una zona muy sísmica, pero en el área de influencia del seísmo registrado anteanoche, se han registrado en las últimas décadas 126 terremotos. «La intensidad máxima a la que se ha llegado en el Cantábrico es de seis grados en la escala Richter, pero en los últimos años se han detectado terremotos muy pequeñitos que apenas son percibidos por la población», explica la experta del Instituto Geográfico Nacional, que ha anotado a lo largo de 2012 una decena de terremotos, ninguno tan intenso como el que se produjo ayer. «El terremoto ha sido muy profundo y por eso no se ha sentido mucho. La persona que envió el cuestionario a la página web del Instituto dice que estaba leyendo y que notó un temblor seguido de un ruido que se escuchó claramente y que más gente que estaba con él también lo apreció, pero al fin y al cabo es el único cuestionario que hemos recibido. En terremotos más superficiales podemos recibir cientos de cuestionarios», aclara Antón.
A partir de la magnitud tres una persona puede percibir un terremoto con claridad, notar el temblor, el ruido o el movimiento de una lámpara, explican los expertos. Pero para que se produzcan daños tiene que ser de una magnitud superior al cuatro o al cinco en la escala Richter y tener su epicentro en zonas superficiales.
Para encontrar un seísmo de esa magnitud en el Cantábrico hay que remontarse a 1522. «Aquél tuvo una intensidad de cinco o seis y seguramente produjo pequeñas grietas», explica Resurrección Antón, que sólo cuenta con los testimonios históricos de la época para valorar la intensidad de aquel movimiento de tierra. Desde que existe la instrumentación adecuada para medir la intensidad, el seísmo más grande del Cantábrico se registró en 1950 y marcó una intensidad de 4,6 grados. «Ese terremoto fue claramente sentido por la gente y pudo provocar pequeños daños».
El norte peninsular cuenta, como cualquier región del planeta, con pequeñas fallas. «Esto no es una ciencia exacta y en cualquier momento puede haber un terremoto más grande, pero lo habitual en esta zona es que sean movimiento pequeños», asegura la portavoz de la Red Sísmica, que mantiene a dos o tres personas vigilando los monitores las 24 horas del día.