El Sol vuelve a hacerse notar con rabia. El lunes envió una potente llamarada de clase X1 y la súbita liberación de gran cantidad de materia solar, una nube ardiente de partículas y radiación llamada CME (eyección de masa coronal) a miles de km por segundo. Por fortuna, es probable que este regalo envenenado de nuestro astro rey no golpee la Tierra, sino que vaya dirigido de lleno contra Mercurio y Venus. Sin embargo, la misma mancha que provocó el primer bombazo, la AR 1429, lanzó otro el domingo, algo más suave, de clase M, cuya nube sí podría cruzarse este martes con nuestro planeta.
Cada once años, la actividad del Sol alcanza su punto máximo. Aparecen manchas solares, que son zonas más frías y de color oscuro, con fuertes campos magnéticos. La diferencia térmica causa erupciones solares, grandes y violentas llamaradas. Las llamaradas se clasifican de acuerdo a su fuerza. Las más pequeños son de clase B, seguidas de C, M y X, la más grande. Al igual que en la escala de Richter para los terremotos, cada letra representa un incremento de diez veces en la producción de energía. Así, una X es 10 veces mayor que una M y 100 veces superior a una C. Dentro de cada letra, hay una escala más de 1 a 9. La X.9 sería la llamarada más salvaje.
En el campo magnético
La llamarada de clase M, cuyo CME puede golpear de refilón el campo magnético de nuestro planeta este martes, es suficientemente potente como para causar apagones de radio en los polos. El Observatorio de Dinámica Solar (SDO) de la NASA espera que se incrementen las auroras en altas latitudes. Los expertos señalan que la actual temporada de tormentas solares es la más intensa desde septiembre de 2005. En enero, los científicos detectaron dos llamaradas en cuatro días seguidas de ondas expansivas de miles de millones de toneladas de plasma desplazándose a unos 8 millones de kilómetros por hora. La onda causada por la segunda erupción alcanzó la Tierra en unas 34 horas, antes de lo que es habitual -que suele ser dos o más días-, y varios vuelos que debían sobrevolar el Ártico fueron desviados para evitar el exceso de radiación. Las auroras boreales fueron más intensas que nunca e incluso pudieron verse en Escocia.
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